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Enseñar democracia

 Jose María Gimeno Feliú

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Releí este verano el interesante libro de Antonio Muñoz Molina ‘Todo lo que era sólido’ (2013), que debería ser de lectura obligatoria, al menos, para cualquier universitario.
 
Entre sus muchas y sugerentes críticas creo que merece destacar la idea de lo necesario que es enseñar el valor de la democracia. Como muy gráficamente señala,
 
«La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles. Lo natural es el clan familiar y la tribu, los lazos de sangre, el recelo hacia los forasteros, el apego a lo conocido, el rechazo de quien habla en otra lengua o tiene otro color de pelo o de piel. Y la tendencia infantil y adolescente a poner las propias apetencias por encima de todo, sin reparar en las consecuencias que pueden tener para los otros, es tan poderosa que hacen falta muchos años de constante educación para corregirla. Lo natural es aceptar límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo. Creerse el centro del mundo es tan natural como creer que la Tierra ocupa el centro del universo y que el Sol gira alrededor de ella. El prejuicio es mucho más natural que la vocación sincera de saber. Lo natural es la barbarie, no la civilización, el grito o el puñetazo y no el argumento persuasivo, la fruición inmediata y no el empeño a largo plazo (...) Lo natural es la ignorancia: no hay aprendizaje que no requiera un esfuerzo y que no tarde en dar fruto. Y si la democracia no se enseña con paciencia y dedicación y no se aprende en la práctica cotidiana, sus grandes principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y a la demagogia. La única manera de predicar la democracia es con el ejemplo. Y con el ejemplo de sus actos y de sus palabras lo que han predicado con abrumadora frecuencia en España la mayoría de los dirigentes políticos y de sus propagandistas ha sido lo contrario de la democracia».
 
La democracia es mucho más que un sistema de gestionar la política mediante el mandato ciudadano en procesos electorales. La democracia es la conducta en el día a día de una sociedad que aspira al progreso social y que respeta las líneas de identidad pactadas. Por ello, frente a la situación actual de exceso de ruido e información ‘sesgada’ conviene consensuar entre todos, ciudadanos y políticos, una política de educación en democracia que promueva la necesaria ‘serena rebelión cívica’. Enseñar democracia es explicar nuestra historia -para aprender de nuestros errores o fracasos-, es poner de relieve los avances conseguidos, es explicar el valor de la Constitución, sus principios y su significado (y su importancia en una transición ejemplar que cambio a una España en ‘blanco y negro’ por una España ‘en color’); en insistir en el valor del principio de integridad como referente en la conducta y en la gestión pública con la finalidad de evitar ámbitos de corrupción o de redes clientelares (lamentablemente, tan extendida en España) y es, sobre todo, poner en valor la importancia del respeto a las ideas del otro y de la necesidad de consensuar los objetivos que, como sociedad plural, debemos conseguir. La democracia no es solo la suma de votos, no es la imposición de mayorías parlamentarias. La democracia, en ante todo, el modelo de convivencia política para que todos se consideren partes de un proyecto social. De ahí la importancia al respeto a la Ley al procedimiento participativo en la toma de decisiones que afectan a todos.
 
Enseñar democracia es, además, practicar la solidaridad (como ante el dramático escenario de miles de refugiados por un conflicto bélico) y saber respetar creencias, ideologías o símbolos. Es, en definitiva, admitir las ‘diferencias’ y hacer de ellas la base de un modelo de convivencia mejor. Se trata, en definitiva, de erradicar esta conducta tan propia de Don Quijote, que se niega a ver las evidencias de la realidad, y que se concreta en no querer ver lo que tienes delante de los ojos, sino imponer una idea previa. Por ello, la enseñanza de lo que es la democracia, y la denuncia de las malas prácticas (como espléndidamente relata Antonio Muñoz Molina, entre las que se encuentran la autocomplacencia, la arrogancia o el victimismo) es el verdadero reto que, como ciudadanos, debemos impulsar. Enseñanza que se debe promover no solo desde las Instituciones –y sus representantes-, sino también desde la ciudadanía.
 
Y ello porque la democracia no se construye desde el silencio, ni desde la indiferencia. La democracia es, sobre todo, compromiso y confianza colectiva en las posibilidades de progreso y de integración. Por ello, su enseñanza - y su ejemplo práctico- resulta irrenunciable.
 
José María Gimeno Feliu
Catedrático Derecho Administrativo. Universidad de Zaragoza
Presidente del Tribunal Administrativo de Contratos Públicos de Aragón.
Director del Observatorio de Contratos Públicos